Cada cuatro años nace una poeta suicida




Alejandra Pizarnik 

 Dos nombres. Dos mujeres. Dos suicidios y miles de poemas. Una campana de cristal y una Condesa Sangrienta. Dos damas huyendo de su vida gracias a la literatura. Plath y Pizarnik empiezan con P, como la poesía. Y las dos se han convertido también en dos referentes para lectoras y escritoras de las generaciones que les precedieron. Demasiadas similitudes para dos vidas y cientos de versos en paralelo. Después he leído el poema "Cada cuatro años nace una poeta suicida" (al final del post)y entonces lo he entendido todo...


En 1972, con 36 años, la poeta argentina Alejandra Pizarnik se quitó la vida. Hace poco leí, en un artículo publicado tras el suicidio del diseñador Manuel Mota, que las personas creativas eran más propensas a quitarse la vida. Repaso este blog y algunas de las vidas que en él se cuentan. Ni el éxito ni el talento innato alejan a los fantasmas suicidas. Pizarnik, Anne Sexton,  Hemingway, Foster Wallace, Sarah Kane...y eso mostrando sólo algunos ejemplos de las historias de las que se ha nutrido este humilde blog.

La escritura de un artículo sobre Pizarnik me ha hecho recordar, de forma totalmente involuntaria, a otra gran poeta que también decidió quitarse la vida: Silvia Plath, relacionarlas a ambas y olvidarme un poco del resto. Las dos están unidas y separadas por tantas cosas que me parecía justo hablar de ellas, aunque fuera un comentario breve de apenas unas líneas. No me olvido de Anne Sexton ( y al final del artículo, veréis porqué).

Contemporáneas en la vida y en la muerte

Ambas nacieron en la década de los años 30, y sus cortas pero intensas vidas transcurren en los años sesenta y setenta. Las murieron prácticamente a la misma edad, con una diferencia de dos años. Decir que fueron contemporáneas en la vida es poco. También lo fueron en su militancia hacia la muerte. Eligieron métodos distintos, pero desde luego, el fin era el mismo. Su vida académica estuvo llena de reconocimientos, y ambas recibieron formación y becas por sus estudios literarios. Hicieron de Europa su santuario literario y se convirtieron siendo muy jóvenes en auténticas eruditas. Ambas degustaron el vértigo del éxito, y ambas decidieron que mañana era demasiado.



Las dos entienden el vacío como una parte oscura que llena sus vidas, y aparecen y desaparecen en sus versos. Ambas son escritoras y ambas se decantan por la poesía.

La mayor diferencia entre ellas es que mientras una publicó una prolífica obra, Silvia Plath únicamente publicó un libro, “La campana de cristal”, una suerte de recorrido pseudopoético y biográfico. La obra de Pizarnik es más extensa, incluyendo diversos poemarios, cuentos cortos y una novela, La Condesa Sangrienta.

También podríamos definir sus estilos como diferentes: Sylvia es muy visceral y teatral, y descuartiza la palabra desde las figuras fantasmales de su infancia, a las que parece hablar con rencor. Su voz es de insatisfacción, de búsqueda constante de perfección en lo poético y también en lo personal. La obra de Pizarnik, sin embargo, es mucho más cercana a lo confesional. El recorrido que hace de su propia vida es mucho más radical. No busca nada porque no hay nada que buscar. Su obra está salpicada de artificios y orfebrerías filosóficas.

Sin embargo, estas pequeñas diferencias no pueden hacerme olvidar a la una y a la otra. Leerlas es un acto casi conjunto. Parece que siempre han estado juntas, en la vida y en la muerte.

Versos suicidas

Morir es un arte, como cualquier otra cosa. / Yo lo hago excepcionalmente bien. / (…) Lo hago para sentirlo real. / (…) Es muy fácil hacerlo y guardar la compostura. / Es teatral”. Silvia Plath

Ojalá pudiera vivir solamente en éxtasis, haciendo el cuerpo del poema con mi cuerpo (…) infundiéndole al poema mi soplo a medida que cada letra de cada palabra haya sido sacrificada en las ceremonias del vivir”. AlejandraPizarnik




Versos de homenaje

Cada cuatro años nace una poeta suicida

Poema de Francisco Ruiz Udiel dedicado a Silvia Plath, Anne Sexton y Alejandra Pizarnik

Cada cuatro años la muerte
abre la llave del gas de una cocina,
se fuma un cigarrillo en el sofá y espera.
Otras veces enciende el motor de un automóvil
dentro del garaje
y canta Chair in the Sky,
un poco de jazz no despertará
a las muñecas recién maquilladas, piensa.
Cada cuatro años la muerte toma
anfetaminas para adelgazar,
pero se le pasa un poco la mano
y ya no despierta.
No se pone triste, ni alegre, ni neurótica, no.
Pero cada cuatro años
la muerte amanece lúgubre
y observa la tarde roja
desde una ventana.
Alguien trata de invocarme, dice,
y cierra amargamente los ojos.
A mí me da pesar, no sé,
A mí me da pesar, no sé,
es como si ella quisiera decirnos
o contarnos algo desde su delgado rostro blanco,
como si estuviera cansada de estrangular mujeres.
Yo la conozco muy poco,
pero me consta aborrece su funéreo oficio.
Últimamente la han visto respirar cierto
aire suicida.
Cada cuatro años a la muerte
se le irritan los ojos,
sabemos que ha llorado, lo sabemos,
pero callamos,
sabemos también que busca algún vientre
y como ella no tiene el privilegio de la carne materna
aferra entonces sus fríos y delgados dedos
en el primer ombligo que encuentra.
Por eso cada cuatro años algunas niñas
ya vienen muertas. 

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