Reseñas: Viva

 

El Viva de Patrick Deville podría ser un Viva México, un Viva Zapata o un Viva la Revolución. Es cualquier Viva que tenga como protagonistas a los pueblos oprimidos, a los proscritos, a los huérfanos de tierra. En Viva Patrick Deville nos transporta a una época intensa, violenta, fascinante e irrepetible, aquella en la que México era el punto de encuentro cultural y político de los artistas y los revolucionarios exiliados de medio mundo. Será allí donde suceda el asesinato dostoievskiano de Trotski; demasiados esfuerzos para llevar a cabo la venganza más gélida de la historia y borrar un nombre y aún así Stalin dejó un eslabón suelto. El entonces joven Seva, después Esteban Volkov, sobrevivió al asesinato de su abuelo y todavía sigue viviendo en México. Volkov se entrevista con Patrick Deville, el autor de Viva, y nunca mejor un título engloba lo que este libro nos sugiere, que la vida siempre sigue, que vivir es recorrer, unir vidas y separarlas y quedarnos con lo mejor y con lo peor o simplemente con aquello que nos ayuda a seguir viviendo aunque eso signifique instalarnos Bajo el volcán. Deville, !qué feliz me has hecho con esta lectura!


Viva es mucho más que una novela ambientada en el México de los años treinta. Es un viaje iniciático, la historia de algunos reencuentro buscados y de otros muchos encuentros casuales. Desde el principio los datos nos ponen alerta. No se trata de biografías o de apuntes biográficos sin sentido. Para nada. Aquí hay mucha literatura, como no puede ser de otra manera en un texto que lleva la firma de Patrick Deville, pero la narrativa en ningún momento mancha la historia, los hechos, el eje cronológico por el que nos movemos como funambulistas. Porque en Viva Patrick Deville nos convierte en funambulistas en aquel escenario en el que Trotski y Frida Kahlo planearon una vez amarse a espaldas de un elefantiásico Diego Rivera que teñía de seductores colores paredes y techo,  el mismo terruño  en el que Tina Modotti reunía un grupo de 13 acólitos da la larga traidores y en el que Sandino aprendió la revolución. México es un lugar de paso, una transición, nunca es el origen y nunca el lugar definitivo.  México es uno de esos lugares a los que se acude cuando estás perdido porque allí estar desorientado no es problema,  pero con los años, parafraseando a Sabina, sería el lugar donde todos fueron felices y al que ninguno quiere volver. Si fuera un ser humano, México estaría dorado del saber de muchos y de las experiencias acumuladas: México sería un hombre sabio. 

http://www.anagrama-ed.es/libro/panorama-de-narrativas/viva/9788433979513/PN_921

 

Demerol sin fecha de caducidad


Metámonos en la historia. La Gran Guerra ha terminado y la Revolución ha triunfado a su manera en Rusia. El Ejército Rojo tiene entre sus máximos enemigos a su antiguo líder. Trotski es un vencido errante que recorre el planeta. Vaga sin rumbo de exilio en exilio. En su juventud fue Siberia, París, Berlín. En la madurez, con Stalin pisándole los talones, son Kazajistán, Turquía, Noruega, Francia y España. Hasta entonces León Trotski había estado exiliado en muchos sitios pero nunca habría franqueado el Ecuador. Siempre estaba en la parte superior, en la occidental, donde estaba el hombre blanco, ni Asia ni África, como si su revolución fuera sólo con una parte del mundo elegida. Finalmente Trotski acabó en México como muchos otros restos de una Europa moribunda. Era la tierra de los exiliados. El Viejo Continente estaba condenado a una nueva guerra y a ser una gran fosa común. Imaginamos un escenario en el que anarquistas luchan contra trotskistas y estalinistas mientras Stalin deja tirados a los republicanos españoles y a ellos se les unen otros muchos exiliados de un continente que les ha dado la espalda y el hambre. Son muchos los que huyen con demasiados motivos en sacos y mochilas y otros tantos los que quieren matar a Trotski. Cientos de espías han sido entrenados con ese fin y son enviados a lo largo y ancho del planeta.

“(...) Los fotógrafos más célebres pasaron por esta casa porque aquí vivía el famoso Diego Rivera pero no esperaban encontrarse con Frida, una mujer misteriosa, que resultaba ser una gran anfitriona y una buena modelo para todos esos fotógrafos”. 

Frida Kahlo y Chavela Vargas retratadas por Tina Modotti

Que Trotski acabe en México no es casualidad. El país era el lugar a medio camino entre el Viejo y el Nuevo continente. Obligatorio lugar de paso. Decadencia frente a progreso. Quienes reciben a Trotski y a su esposa Natalia son una pareja de artistas miembros del fraccionario y fraccionado partido comunista mexicano, dos que todavía no tienen nombre propio en la Vieja Europa: Diego Rivera y Frida Kahlo. Allí despiertan pasiones encontradas a su alrededor. Trotski y  Natalia se instalan con ella en la Casa Azul, en Coyoacán. Al otro lado del Atlántico, cuando el Imperio Ruso es ya sólo un recuerdo,  todos sus familiares, amigos o conocidos han muerto así que el matrimonio  pasea por sus jardines perseguido por su recuerdos y sus fantasmas, que tienen la frentes agujereadas. Y mientras tanto Trotski cae rendido a los pies de esa mujer que viste los coloridos trajes étnicos y tiene un famoso “mirlo” posado sobre los ojos.

En aquella casa azul uno de los cuartos de baño estuvo tabicado durante demasiado tiempo. Allí Rivera dejó multitud de recuerdos bajo promesa y compromiso de que permanecieran ocultos, al menos, durante los quince años posteriores a su muerte. Lo estuvieron mucho tiempo más, concretamente hasta el año 2002. Cuando los ladrillos hicieron ruido contra el suelo se encontraron muchos tesoros en la estancia, muchos testigos silenciados durante años. Y entre ellos fotografías en las que Frida aparece junto a Tina Modotti, la fotógrafa italiana reconvertida en agente estalinista. Se dice que Tina introdujo a Frida en el ambiente comunista mexicano y que a través de ella conoció a Rivera. “Santa Tina la traidora” murió años después de ofrecer tequila a sus invitados, fracasadas ya todas sus revoluciones, en el asiento trasero de un taxi aparentemente de un accidente.  En el baño de la Casa Azul también había decenas de cajas de Demerol sin fecha de caducidad. Frida los tomaba compulsivamente contra el dolor. No es la única artista que lo hacía: William S. Burroughs, en su novela Yonki, comienza diciendo que toma Demerol como sustituto de la heroína. Y Antonin Artaud, siendo ya un poético esqueleto andante, había dejado la heroína a un lado para apostar por el peyote convencido de que sólo la magia chamánica de un país como México podía salvar los destinos de la Humanidad. Huxley también estuvo en México para escribir sus famosas puertas de la percepción. Son muchos los que iban a México a morir a su manera, a matar a sus cuerpos, a sus demonios o a su razón. México fue para otros tantos su última morada.

Los años de exilio de Trotski en Coyoacán coinciden con la estancia en Cuernavaca de escritor Malcolm Lowry. Lowry se hospedó en el Hotel Casino de la Selva rodeado de murales entre los que se encontraban los firmados por David Alfaro Siqueiros, quién, curiosamente, también intentó matar a Trotski. Él  no lo consiguió. Como ves, nada de lo que Deville nos cuenta en Viva es casualidad.  En 1938 Lowry se instaló al sur de país, en Oaxaca, y  entró en otro oscuro periodo marcado por el alcohol. Es entonces cuando se obsesiona con el Volcán, una historia con demasiado de autobiografía que escribió una y otra vez compulsivamente hasta seis veces. Esta obra tiene mucho que ver con el propio Lowry, con sus excesos y defectos, con su fracasos matrimoniales y personales, con su purgatorio apartado del mundo. Es una obra maestra, una de las más importantes del siglo XX, un ejemplo de narrativa simbolista


El cónsul británico protagonista de Bajo el volcán muere de un tiro en el estómago y es lanzado a un barranco. Detrás de él tiran a un perro muerto y, en la caída, los olores de ambos cadáveres se confunden. El cónsul tiene de Lowry y tiene de Trotski, que era el hombre que amaba a los perros. También tiene de México y de mezcal. Ambos, Trotski y Lowry, conviven en México sin encontrarse porque Trostki no lo recibe aunque sí a otros muchos escritores e intelectuales. Pero es que Lowry no era un tipo común. Nunca lo fue. El maguey cegó pronto su vista como hizo con la de otros tantos antes y después.  Cuando le expulsaron de la península del Yucatán se marchó a vivir a una cabaña en Dollarton, en la Columbia Británica. Allí Lowry conoció de la muerte de Trotski. Estuvo tiempo aislado del mundo. Fue feliz. Terminó su obra. Pero al igual que después de la tempestad llegó la calma también ocurre al contrario y pronto volvieron peregrinajes y el alcohol, y con ello la depresión y los antidepresivos. Llegó la violencia. Lowry se bebió ese cóctel explosivo, mortífero y sin retorno.

Tierra de revoluciones


Trostki y Lowry son los dos personajes centrales de Viva. Entorno a ellos gira una historia fascinante llena de traiciones y medias tintas. Las referencias son referencias referenciales, pues no todos los libros pueden englobar a tamaño grupo de artistas e intelectuales, tantas anécdotas e historias imposibles. Y todas ellas trascurren en un mismo país y contexto. Casi todos los actores de Viva admiran a John Reed, el héroe que acompañó a Pancho Villa y que dio testimonio de la Revolución Rusa en sus  Diez días que estremecieron el mundo.  Uno de ellos, Arthur Cravan, poeta con cuerpo, hechuras y actitud de boxeador, desapareció en el golfo de México en 1918. Algunas teorías apuntaron a una fuga, como ya se había fugado de Londres para no combatir en la I Guerra Mundial. Muerto o desaparecido, este gigante, sobrino de Oscar Wilde, es uno de esos extraños casos de la historia de la literatura. No menos extraño fue otro exiliado a México, B. Traven, el hombre de los seudónimos y cuya identidad sigue siendo hoy un misterio (¿era Traven Torsvan, Hal Croves o Ret Marut?)  a pesar de haber firmado El tesoro de Sierra Madre, novela ambientada en Tampico y que se hizo famosa por su adaptación homónima al cine dirigida por John Huston y protagonizada por Humphrey Bogart. 


Arthur Cravan y  B. Traven son el antes de Trotski y Frida. Lowry, los 13 de Tinissima, Breton, Graham Greene, Artaud o Hemingway son el durante.  Kerouac, Ginsberg, el Che o el comandante Marcos serán el después y el mucho después. Además de los nombres, las fechas y las anécdotas, me tengo que quedar con el capítulo “Tina Modotti y la banda de los trece”, en la que se descubre la historia de esta especie de Mata Hari bolchevique que tiene tanto que ve con Alfonsina Storni. No menos curiosa la reflexión de Frida Kahlo sobre Europa, sobre los artistas europeos en su frustrante visita a París en 1938: 



No hay comentarios: